26/04/2024

Era solo una mamografía



Por Teresita Lotero
Especial para La República

El pánico que sentí cuando se me terminaron las excusas que dilataban el momento para hacerme la mamografía fue similar al que me agarró cuando me encontré sola en la terminal de Retiro y no fue nadie a buscarme porque había llegado demasiado temprano. En ese momento no conocía el lugar y estaba como loretana que pisa por primera vez Buenos Aires.
Ahora, 24 horas antes de ir a hacerme los estudios también estaba en terreno desconocido, aunque ya no sola. 
Siempre encontré algún justificativo que postergara el momento: “trabajo a la mañana”, “no tengo tiempo”, “ya voy a ir en las vacaciones”, “no quedan turnos”, “me parece que no está funcionando el aparatejo”, y así… Decenas de autoengaños hasta que se me terminó la última excusa y ya estaba grandecita como para seguir demorando algo que podría, incluso, salvarme la vida y ahorrarme complicaciones.
Debo admitir que el mayor error que cometí fue escuchar comentarios de cualquier improvisado sobre el tema: que duele si tenés las lolas chicas, que duele si las tenés grandes, que te aprietan fuerte, que te estiran… 
“¡Que patatín, que patatán!”,  diría mi abuela.
Mientras tanto, los días pasaban, la hermana de una amiga había sido operada de un cáncer de mama, pasó por quimio y se recuperaba gracias a que se lo habían detectado a tiempo. 
Empezaba a pegarme cerca.
Esa mañana, la de los estudios, me quedé más tiempo en la ducha para quitarme la ansiedad, miré videos sobre el tema en Internet y vi que no era nada del otro mundo (me pregunté después por qué no había investigado antes. Me hubiera ahorrado tanto temor inútil).
La gente del hospital Vidal de Corrientes tiene la particularidad de generar paz en mi acelerada vida. He pasado por sus instalaciones decenas de veces. Desde una deshidratación leve, una neumonía aguda y hasta una cirugía me permitieron conocer a esos raros fenómenos cargados de paciencia que te hablan suave mientras te pinchan el brazo.
Y ahí estaba yo. Con la orden en la mano y cara de superada esperando frente a la puerta a que me atendieran mientras mi cerebro manejaba una marea de pensamientos por segundo: ¿y si los resultados son malos? Nah, va a salir todo bárbaro; olvidate. Pero hay antecedentes en la familia. Sí, hay, pero no son de mama sino de laringe. Ya que estamos, tengo que ir al otorrino. Uh, el turno para el pap… 
Un tsunami de cosas se me pasaban por la mente cuando se abrió la puerta y dijeron: 
—¿Lotero?
Como un corderito, mansita y haciendo un chiste que la doctora no entendió, pasé hasta la sala.
Allí estaba el aparatejo de mis pesadillas que me iba a aplastar las lolas hasta las lágrimas: era, en realidad, un instrumento mediano, sólido, con una parte móvil transparente que se adaptó a mi anatomía con una presión básica, tolerable, ayudado por la radióloga. Le llevó un par de minutos acomodarme para obtener una buena imagen y luego:
—Quédese quietita en esa posición. (Click). Ya está. Una vez más, en la otra mama. (Click). Ya está. Puede vestirse, señora. Busque los resultados el próximo viernes, ¿sabe?
Me retiré pensando en ellas: las mujeres de mi familia, las de mi ciudad, las de mi provincia.
¡Cuánto padecimiento y cuánto gasto podría ahorrarse si nos hiciéramos un tiempo para una mamografía anual que detecte cualquier problema a tiempo!
Los resultados llegaron el viernes siguiente. El año que viene nos volvemos a ver.