25/04/2024

San Andrés, el paraíso del Caribe con identidad raizal



La playa Spratt Bight (Bahía Sardina), en el norte de San Andrés; enfrente, Johnny Cay./ Daniel Wasmer


You are in raizal ancestral territory, dice el mural de bienvenida de San Andrés (Colombia) apenas se cruza la calle frente al aeropuerto internacional de la isla de 26 km2 ubicada en pleno mar Caribe, a unos 100 km de la costa nicaragüense y a 770 km del noroeste continental colombiano.
Raizal es el nombre del pueblo indígena de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, con pasado angloafricano e idioma (el creole) y cultura propios, que habita ese archipiélago paradisíaco desde antes de la conquista española. 
Por allí anduvo Henry Morgan. La leyenda cuenta que en la isla permanece oculto el tesoro que el galés saqueó a los españoles (algo así como cinco galeones cargados), en una cueva que es una de las atracciones turísticas de San Andrés, en la costa oeste, aunque nadie halló aún el oro, la plata y las piedras preciosas traídas desde Panamá y Portobelo, en 1668. 
El vuelo desde la imponente ciudad del canal a San Andrés dura menos de una hora. Desde el aire se puede empezar a vislumbrar por qué llaman de los siete colores al mar de que rodea al archipiélago. En la playa Spratt Bight (Bahía Sardina), en el norte de San Andrés, la comprobación es inmediata: el arrecife de coral mezcla azules, turquesas y verdes en todas sus gamas, en una gran masa que impacta y contrasta con el blanco de la arena. 
Con temperaturas de entre 27º y 30º, la isla es aún a fines de marzo –en temporada baja– un hervidero de turistas. Predominan los brasileños, los chilenos y los argentinos, aunque se escucha mucho inglés y algo de francés.  


Rocky Cay./ João Carlos Medau/Flickr

En el norte (North End), el área habitada por gente de clase media y alta, se concentran los hoteles más caros. En esa zona de la isla se desarrolla la actividad comercial, bancaria y administrativa, en una trama irregular que incluye pasajes con puestos de venta de artesanías, restaurantes y locales de comida.
A pocas cuadras del centro, el bullicio del tránsito (todas las calles son de doble mano) y el ritmo del calypso, el merengue, la salsa, el vallenato y el reggae aturden en las horas pico. Los colombianos son realmente alegres y refutan aquel dicho que le asigna ese carácter a los brasileños. 
A medida que se aleja del centro, ya en una zona de construcciones modestas, la comida abunda en las fondas y resulta tentador quedarse en cada puesto a disfrutar de chuzos de res, cerdo y pollo; arepas y sancochos de pescado y de gallina, entre el múltiple menú sanandresano, que incluye una versión local del hot dog.


La costa frente a Nicaragua./ Daniel Wasmer

El oeste de la isla, frente a Nicaragua, tiene costa rocosa, con lo que no hay playas de arena, aunque sí puntos de atracción como la Cueva de Morgan, la Piscina Natural (donde se puede bucear) y el Hoyo Soplador, un surco formado en la roca caliza que hace estallar un chorro de agua en un hueco alejado de la costa. Allí no cobran el ingreso porque no siempre sale agua por el hoyo, pero sí invitan a tomar alguna bebida típica, como el cocoloco (ron, vodka y tequila, y frutas), el cremoso (más leche condensada), el rompecolchón, el tumbacatre y el amansalocos, cuyos nombres alcanzan para entender los posibles efectos de un exceso. 
Hasta ese punto turístico se puede llegar en bicicleta y moto o en carritos de golf, vehículos que alquilan los turistas para dar la vuelta a la isla, de 12 km de largo por 3 km de ancho, en unas pocas horas. 
Después del Hoyo Soplador, en el sureste, el paisaje cambia y en la Punta Sur, el arrecife bloquea al mar a poco de la playa de arena blanca y forma piletas de agua transparente (Los Charquitos), donde coloridos peces escapan entre los pies de los bañistas. 


Sendero peatonal, junto a la playa./ F. P.

La ruta permite atravesar poblados de raizales, como San Luis (en el oeste) y el barrio La Loma, en el este. Las casas de madera pintadas con tonos pasteles conforman una urbanización típica. La carencia se enseñorea en algunos sectores de esa zona, en los que la naturaleza es prodigiosa, pero no la dignidad de las condiciones de vida. 
En el este, se ve Rocky Cay, un cayo rocoso con palmeras al que se puede llegar caminando desde la playa, en un cuadro que se completa con la mitad de un fantasmagórico barco, el Nicodemus, encallado hace 30 años. 
En esa zona se halla una de las playas más concurridas, Cocoplum Bay, y, más al norte, el Parque Regional de Mangle de Old Point, un extenso manglar, antes del puerto y del muelle de donde parten las lanchas a otro sitio emblemático: Johnny Cay (Islote Sucre), un cayo frente a la costa norte, a 1,5 km, adonde los turistas van para disfrutar de la arena blanca, los tragos y comidas típicas, y tomar contacto con la variada fauna, como las mantarrayas. En el centro hay un criadero de iguanas. 


El mar de los siete colores./ Daniel Wasmer

La noche sanandresana se llena de calypso, reggae y vallenato, pero a lo largo de la avenida Colombia, una peatonal que bordea la playa, los turistas disfrutan del género popular ranchero del colombiano Jessi Uribe, con su hit Matemos las ganas, y de su connacional Yeison Jiménez, que anima con Aventurero, y el puertorriqueño Pedro Capó todavía hace bailar con Calma.
San Andrés es un destino ideal para quienes buscan en el Caribe un lugar tranquilo, sin apremios. Si bien hay taxis y mototaxis (otra singularidad del lugar), el centro urbano se puede recorrer caminando y sin apuros. Y lo impagable: es posible tirarse en la arena a disfrutar del sol y el mar, y dejar las pertenencias en la playa. Allí estarán cuando se regrese por ellas. 

F. P.