29/03/2024

“Llamalo a Isaco”, crónica de una fiesta grande

Las contingencias climáticas, las dificultades para el armado de grillas artísticas y la complejidad de organizar un evento que trascienda fronteras tienen ya 34 años de historia. Fermín Ybarra, uno de los impulsores de la Fiesta Nacional desde sus inicios, relató anécdotas que dan cuenta de esa vasta trayectoria en el género que nos identifica.



Por Dora Alcaje
Redacción de La República

Herencia de tiempos pasados, de conquistadores españoles que llegaron a nuestras costas con vihuelas en las alforjas, de jesuitas que crearon escuelas de música y fábricas de instrumentos en nuestros suelos, de franciscanos que evangelizaron cantando y que encontraron en los guaraníes un talento innato para las artes y en especial para la música.
El legado chamamecero se puede rastrear hasta el principio de nuestras raíces, incluso en las temáticas más tradicionales de las canciones populares, donde son las aves y la fe, el amor, el paisaje correntino, la vida del campo y sobre todo la amistad algunos de los motivos favoritos.
Sobre todo ese andamiaje se apoyó, desde sus inicios en 1985, la iniciativa de proponer para Corrientes un espacio único y específico para celebrar el género. ¿Cómo no se le había ocurrido a alguien antes? Hasta ese momento, el chamamé vivía y latía en reductos, patios y enramadas, como lo había hecho por varios siglos atrás. Pero no tenía su propia fiesta.
Hasta que un recordado poeta y cantautor goyano, Bernardo Ranaletti, insertó la inquietud a través del foro del periodismo local. Y con un artículo, destacó que fuera la provincia de Entre Ríos –y no Corrientes– la que se lanzara a organizar un festival de chamamé del norte entrerriano.


“El artículo picó acá, se hizo sentir. Y así fue que Julio Trainor, entonces al frente de la Dirección de Turismo y Cultura, toma la iniciativa de organizar una Fiesta Nacional del Chamamé”, afirmó, en diálogo con La República, Fermín Ybarra, uno de los estudiosos del género que fue convocado por el Instituto de Cultura la semana pasada para disertar –en el Museo de Bellas Artes–  sobre los inicios del evento, que ya cumple 29 ediciones.
Ibarra fue organizador y coordinador general de la fiesta desde la primera hasta la edición número 18, y aún sigue aportando con su experiencia y conocimiento.
En una disertación pormenorizada, relató anécdotas de esa trayectoria. Y además vertió reflexiones sobre aspectos que –a su entender– podrían hacer crecer aún más al espacio chamamecero de cara al reconocimiento que se espera por parte de la Unesco para declarar al género Patrimonio de la Humanidad.
“Había que organizar un festival y nadie tenía experiencia. Con un grupo de conocidos conformábamos una asociación que se llama Ñu Rogüe, aportamos ideas para esa primera organización. Entre ellos estuvo el profesor Enrique Piñeyro, el locutor y presentador José Daniel Yacaré  Aguirre, Julio Córdoba y Pedro Franco. Luego participaron también otras personas como Toto Semhan”, recordó.
Juntos abordaron aspectos sobre cómo armar una grilla artística, una faceta cultural, peñas, concursos. “Dejamos todo armado y nos retiramos. Por suerte Trainor contó con la experiencia del Yacaré Aguirre, que se crió con esta música. A los 17 años ya era animador y presentador de Cocomarola, grabó con Montiel, con Isaco Abitbol, con los Cardozo, sabía todo. Y allí se arrimó también Pedro Ranaletti, un primo de Bernardo, quien había escrito el artículo que disparó la iniciativa”.


Para respaldar la realización del evento, fue Pedro quien se instaló con una mesa en la esquina de calles Córdoba y Junín, y logró  reunir miles de firmas de correntinos que se pronunciaron a favor del evento. “Nos repartimos el trabajo. A mí me tocó ser jurado de las competiciones entre jóvenes de escuelas secundarias. Otro grupo evaluaba conjuntos en el hotel San Martín. Y fue entonces cuando fui convocado para la coordinación general. No me imaginé que cumpliría esa función por 18 años seguidos”, recordó.

Traspiés, ovaciones y experiencias que dejaron huella

“Eran tantos los conjuntos que se inscribieron para la primera Fiesta que apenas podían tocar dos o tres temas y tenían que bajarse”, recordó don Fermín. El debut se hizo en el Club Juventus y duró tres noches, del 6 al 8 de septiembre.  Se realizó bajo la consigna: “Corrientes frontera abierta”. Yacaré Aguirre, uno de los fallecidos en la tragedia de Bella Vista, hizo la apertura. La segunda edición se realizó en el Club de Regatas. “Rebosaba todas las noches y era un problema conseguir las entradas, fue un éxito desde la convocatoria a los músicos y al público. Pero había errores, y críticas, lógicamente”, evaluó Ybarra.
Muchas de las anécdotas que colecciona el organizador rondan en torno a contratiempos que protagonizaron músicos de la talla de Antonio Tarragó Ros, Roberto Galarza o Isaco Abitbol. Y es, precisamente su figura, la que merece un párrafo aparte.
“En la primera fiesta llegó Antonio haciendo cosas que no debía: agregarle percusión al chamamé. Subió a tocar y el público comenzó a chiflarlo. Entonces llegó la orden desde las autoridades: llamalo a Isaco”, relató. Tarragó y Abitbol habían grabado juntos un disco hacía poco tiempo y la manera de salir del paso era convocarlo a la estrella del Cuarteto Santa Ana.
“¿Y ahora dónde lo encontraba a Isaco? Lo busqué por todas partes sin encontrarlo, era un mundo de gente. Y la silbatina para Antonio era cada vez más fuerte. Hasta que logro ubicarlo. Estaba lejos, en un kiosquito de chapa, charlando con Blasito Martínez Riera”, describió.


“–Isaco, te llama Antonio  –le dijo Ybarra. ¿Y qué quiere?, preguntó Abitbol. “Que vayas urgente, te están esperando a vos. Mirá cómo lo están chiflando”, instó el organizador. “Cuando subió el viejo la silbatina se convirtió en ovación”, recordó. En otra edición, también fue don Isaco, el cultor del chamamé y la amistad, quien protagonizó otra anécdota. Esa vez fue por permitir a uno de sus músicos, Roberto Galarza, subir al escenario aunque no estuviera contratado. “Fue una pelea no permitirle subir. El único que tenía vía libre sobre el escenario era Isaco: podía tocar la cantidad de temas que quisiera, y siempre dejaba huella”, resaltó.

Lluvias, tornados y un gran anfiteatro

Sin dudas, la fiesta que es hoy la del Chamamé se forjó a partir de la experiencia, el esfuerzo y el aprendizaje que dejaron las ediciones anteriores. Apoyadas en el fuerte respaldo del Estado provincial para consolidar el evento y sumarle cada vez mayor proyección nacional e internacional.
La de este año, la número 29, llegó signada por las contingencias climáticas. Pero no es la primera vez que pasa algo así.
“Desde la tercera edición nos fuimos al Anfiteatro. Y un día antes llovió torrencialmente. Es difícil imaginar lo que era caminar en el barro entre maderas, lo único que tenía piso era el escenario”, rememoró Ybarra. Sin embargo, opinó que esa lluvia “tiene que haber sido una bendición: solo hay que mirar el anfiteatro hermoso que tenemos ahora para dar marco a esta Fiesta”, sostuvo.
También recordó la voladura del techo por la cola de un tornado en el año 1998. “Estaba cantando el cuyano Antonio Tormo, que hizo conocer El rancho de la Cambicha. Se sostenía el peluquín el hombre para que no se volara, y al final se voló el techo”, contó entre risas.
Así, con trabajos de investigación publicados, cientos de horas de radio y programas televisivos, don Fermín no pierde oportunidad para hablar de lo que lo apasiona: el chamamé, sus protagonistas y el legado que no debe perderse. La disertación duró más de dos horas y los temas se sucedieron como piezas de un rompecabezas que parece no tener fin. Para quien quiera leerlo o escucharlo, su generosidad lo define. Habrá que poner atención, porque ya no son tantos los que conocen en profundidad las antiguas raíces de nuestra música.