23/04/2024

Los esteros del Iberá, entre cinco destinos de cabotaje para las vacaciones de invierno



Las propuestas son para quienes amen explorar la diversidad del paisaje o quienes estén armando sus vacaciones de invierno en el país. El diario porteño La Nación resume los atractivos de cinco destinos argentinos para elegir, entre ellos, los emblemáticos esteros correntinos. 

1. ESTEROS DEL IBERÁ

Es el gran humedal argentino y una de las reservas de agua dulce más importantes del planeta. Ubicado en el centro de la provincia de Corrientes –de cuyo territorio ocupa el 14%–, este complejo de lagunas, esteros, bañados, camalotales y embalsados es un sitio de naturaleza única. Aquí uno podría pensar que los alarmantes anuncios de la Unesco por la escasez que afecta al planeta son una exageración. Sin embargo, ocurre todo lo contrario. En este lugar, la conciencia ecológica se despierta, quizá por instinto de supervivencia, quizá por el deseo egoísta de preservar tanta belleza.
Iberá, tierra de pura agua (agua que brilla, en guaraní), de atardeceres encendidos y de extensos palmerales es un gran refugio de vida silvestre. A partir de 1989 toda el área se convirtió en reserva provincial. En los últimos años, gracias a la prohibición de cazar y a las normas de preservación del medio, las especies autóctonas se multiplicaron llamativamente en los 13.000 km2 de la reserva, en especial en la laguna Iberá.
Aquí se ven yacarés, carpinchos, ciervos de los pantanos, lobitos de río y monos carayás. El sitio es también un paraíso para los birdwatchers. Quizá porque verlos es fácil y no requiere de horarios especiales, ni preámbulos, ni prácticas exóticas, el lugar entusiasma a los aficionados y seduce a los profesionales de todas partes.
Garzas (brujas, moras y chiflón), cigüeñas americanas, ibis, ipacaás, patos de todo tipo y color, carpinteros, los Martín pescador, monjitas, lavanderas, benteveos... la lista es interminable. Incluso, con paciencia y dedicación, puede verse el tordo amarillo, el yetapá de collar, la monjita dominicana y el cardenal amarillo, difíciles de encontrar en otros sitios.
Para tener un panorama diferente de los esteros, vale la pena navegar el río Miriñay. Su costa poblada de palmeras, lapachos e ibirás pitá, permiten ver una postal diferente de la selva paranaense. Otra alternativa es hacerse una escapada hasta el río Corriente, desagüe de la laguna del Iberá, que recorre una geografía serena de pastizales hasta llegar al Paraná.
Colonia Carlos Pellegrini, pequeño pueblo a orillas de la laguna Iberá, es el lugar donde instalarse para conocer los Esteros. En los últimos años ha surgido otro portal, el Carambola, que tiene posadas como La Alondra y San Nicolás, donde abrió la Posada Mboy Cuá.
En materia de estancias, un párrafo aparte merecen las de Douglas Tompkins, que en la zona recibe turistas en Rincón del Socorro y San Alonso que reabrió recientemente luego de un tiempo sin funcionar. Ambas integran parte del proyecto Iberá que su fundación The Conservation Land Trust lleva adelante desde 1992 con el objetivo de adquirir áreas de alto valor ecológico para convertirlas en parques naturales.
En Carlos Pellegrini, también hay varias hosterías, posadas y lodges que organizan la estadía del viajero en versión all inclusive (con pensión completa, navegaciones y otras actividades). Como la mejor forma de ver fauna es desde el agua, y además no hay restaurantes en la Colonia, los paquetes de tres días resultan una alternativa ideal. Algunas de ellas son la Posada de la Laguna, Aguapé Lodge o Casa Santa Ana.
Los esteros también se pueden recorrer a caballo. Hay varias salidas por los palmerales y bañados de los alrededores. Y de yapa, a modo de curiosidad, si van de paso por el cementerio, resulta interesante ver que el enfrentamiento que divide a los correntinos se traduce también en el color de las tumbas: celestes y coloradas.
Por la noche el cielo superpoblado de estrellas y la luna también invitan a la navegación. Decenas de ojos colorados aparecen en la oscuridad cuando iluminamos el agua con un reflector; son los yacarés listos para salir de caza. Un par de garzas brujas se pelean en la costa de enfrente; a lo lejos un chajá grita destemplado, en señal de protesta. La magia del Iberá no entiende de días ni horarios.
Foto: Sofía López Mañán.

2. VALLES CALCHAQUÍES

Es uno de los dos caminos emblemáticos del Norte (el otro es la quebrada de Humahuaca), que se extiende de La Poma, muy al norte de Salta, a Punta de Balasto, en Catamarca. Sin embargo, de este trazado natural que trazaron por simple gravedad las corrientes fluviales, sólo un tramo es el que le da renombre a los Valles: el circuito que sale de Salta ciudad, llega a Cachi por la Cuesta del Obispo y baja por la estrecha y ripiosa ruta 40 hasta Cafayate (320 km en total), para regresar al punto de partida luego de cubrir 190 km por la pavimentada RN 68, atravesando las extrañas y coloridas formas de la Quebrada de las Conchas. Cachi es un buen lugar para hacer noche por su ubicación y por su oferta hotelera. Algunas opciones para hospedarse son el hotel La Merced del Alto, las cabañas de Miraluna o, a unos 8 km al sur del pueblo, en la Finca La Paya.
Es un viaje excepcional que debe encararse con el mayor tiempo posible. Dos días es el mínimo indispensable y una semana o diez días es el ideal, pero aun así, sentirán que tampoco es suficiente. 
Los desvíos parecen infinitos y son todos valiosos. Uno de los más conocidos es el de Los Colorados, que sale de la RP 33 y sirve de atajo para quien se dirige hacia Molinos sin pasar por Cachi. Otros menos transitados llevan a Amblayo; a Colomé (donde recientemente reabrió al público la estancia Colomé donde se alberga el museo James Turrell) desde Molinos; a Luracatao y Brealito desde Seclantás; a Amaicha y Tacuil desde Colomé; a Pucará y Guasamayo desde Angastaco.
El auto o la camioneta (mucho mejor para el ripio de la RN 40) son aliados de oro para esta travesía. De cualquier manera, existe transporte público pero solo hasta Molinos; queda la variante de la excursión por el día que va de Cachi a Cafayate (o viceversa), con breves paradas.
Merecen detenerse algo más que un puñado de minutos Seclantás o Molinos, pueblo éste que apunta a reubicarse en la mira de los viajeros a partir de Hacienda Molinos, versión renovada del histórico Hostal Provincial de Molinos, que fuera en sus orígenes la casa del último gobernador realista de Salta, don Nicolás Severo de Isasi Isasmendi.
La cuna del vino salteño será Cafayate, pero ya no está sola en esta historia. Desde Cachi, los sarmientos propagan un mensaje de comunión entre vino y turismo; hay bodegas centenarias a las que les crecieron hoteles de lujo (como el Patios de Cafayate Hotel & Spa, y el de Colomé; hoteles que miran a la calma de los pámpanos (Viñas de Cafayate Wine Resort, La Casa de la Bodega o Grace Cafayate).
Las puertas de las bodegas siguen como siempre estuvieron: abiertas a la curiosidad de los viajeros, pero en estos tiempos de fiebre enológica solo reciben en horarios prefijados y en algunos casos únicamente con rigurosa reserva. Es el caso de Finca Las Nubes y, más alejada del circuito de las conocidas, San Pedro de Yacochuya, de la familia Etchart, desde la que gozará de vistas privilegias y almuerzos con vinos de producción propia.
Salta, capital, es el espejo del crecimiento que está experimentando el Norte. A ella llegan y de ella parten los viajeros con destino a otros rincones de la provincia y sus alrededores, porque los programas y actividades que se proponen necesariamente empiezan y terminan en Salta. Esta ciudad guarda la memoria de un fuerte pasado colonial y es, además, un punto de convergencia cultural de toda la región norteña. La inauguración del impactante Museo de Arqueología de Alta Montaña (el MAAM, creado especialmente para la conservación de las momias de Llullaillaco), abrió una puerta para quienes visitan la ciudad con avidez cultural. Otros museos para detenerse: el de la Ciudad Casa de Hernández , el Provincial de Bellas Artes, el Antropológico, y el Histórico del Norte, que funciona en el Cabildo, edificio que se detecta en un flanco de la plaza 9 de Julio, ágora fundamental.
La catedral, que alberga los restos de Alvarado y de Arenales, más las cenizas del muy salteño general Martín Güemes, héroe de la independencia, en el Panteón de las Glorias del Norte, es de insoslayable visita histórico-religiosa, como lo son el convento de San Bernardo, la iglesia de San Francisco, la de La Merced (depositaria de la cruz que el general Belgrano hiciera colocar en la fosa común que recibió a los soldados caídos en la batalla de Salta) y la iglesia de La Viña.
Foto: Sebastián Pani.

3. MENDOZA

Oasis de acequias al pie de la cordillera, la capital mendocina es el nexo de todos los caminos que hilvanan sus viñedos y bodegas. Mendoza fue fundada en 1561 en el lugar donde ya había un asentamiento incaico con una red de distribución del agua de deshielo que operaba hacía un largo siglo (entonces los canales eran tres y cada uno era responsabilidad de un cacique), sistema de riego que se diversificó y creció hasta cubrir el actual recorrido de 500 km.
Un terremoto, en 1861, destruyó por completo la ciudad, reconstruida de acuerdo a nuevas pautas urbanísticas; el eje es la plaza Independencia –ombligo de la que sale la peatonal Sarmiento, una animada calle que reúne múltiples cafés, bares y negocios– y equidistantes de sus vértices se abren otras cuatro ágoras: Chile, San Martín, Italia y España. Otra plaza, la del Pedro del Castillo, es el lugar exacto donde se puso la primera piedra fundamental de Mendoza y es donde se levanta el Museo del Área Fundacional, construido sobre el antiguo centro cívico. Desde su reconstrucción, el rumor de las acequias y la sombra de tantos árboles que llegan a sumar 750.000 (la consigna, aseguran, fue plantar uno por cada diez habitantes) se convirtieron en sus referentes urbanos más emblemáticos. La ancha y antigua avenida Civit, considerada la más linda por los locales, concluye en el Parque General San Martín, un gran pulmón verde concebido en 1897 por el gran paisajista Carlos Thays. Al fondo de este reino vegetal se levanta el Cerro de la Gloria.
Al peso innegable de la historia se contrapone el presente mendocino, lleno de vigor cultural y comercial. Si las expresiones artísticas están a la orden del día y en constante renovación, el impulso que le dio a la provincia la actividad vitivinícola hoy se manifiesta en la proliferación de vinotecas y bares temáticos que ya son parte del escenario urbano, en el número creciente de bodegas que reciben turismo y de hoteles boutique que tienen el vino como leitmotiv. Despertar rodeado de viñedos en un ámbito de supremo confort –como sucede en Cavas Wine Lodge o en Entre Cielos–, disfrutar de una cocina gourmet bebiendo algunas de las mejores enologías de la zona, como en Casa Vigil o en Club, son alternativas posibles en la actualidad, que eran impensadas hace 20 años. Casi todas las bodegas para visitar se sitúan entre Mendoza y el río homónimo. Muy cerca de la ciudad aparecen las primeras; le siguen las de Maipú, luego las de Luján de Cuyo (que son mayoría), las de Tupungato, como Salentein, y Tunuyán, alguna en San Carlos, como Piedra Infinita, y, por último, muy al sur, las de San Rafael. En este enclave de tintes casi regionalistas, las razones del vino se conjugan con los atractivos de los programas de aventura y hasta con golf en Algodón Wine Estate.
Para aquellos que sueñan con avistar la silueta del Aconcagua, la ruta de alta montaña es una alternativa interesante que, en verano, lleva hasta el límite con Chile y culmina con el ascenso al Cristo Redentor. Unos kilómetros antes, en Puente del Inca, se pueden ver las ruinas del antiguo hotel termal y las extrañas formaciones originadas por el agua que brota a 35º. Para llegar a esta zona hay dos caminos: la ruta 52, que trepa por un camino de cornisa de 365 curvas y contracurvas y debe, por lo tanto, evitarse cuando llueve o nieva; esta ruta pasa por el histórico hotel Villavicencio, que es parte de una Reserva Natural privada. La otra alternativa es la ruta 7, mucho más simple y directa. Ambas arriman a Uspallata, pequeña y tranquila localidad que proporciona cobijo a precios moderados; desde aquí es posible emprender caminatas cortas, sumarse a actividades de outdoors y conocer Las Bóvedas con su pequeño museo de mineralogía. La vuelta, por Potrerillos, puede sellarse con una relajante bajada en balsa del río Mendoza. Los programas al aire libre son un capítulo fuerte en esta provincia, empezando por las cabalgatas de alta montaña, de larga tradición en el sur de Mendoza. Luego están todas las demás, las salidas en 4x4, prácticas de andinismo, rappel. Para vivir a pura adrenalina en el vasto dominio de los imponentes Andes.
Foto: Xavier Martin.

4. QUEBRADA DE HUMAHUACA

Se dice que la quebrada constituye un patrimonio cultural de 10.000 años, y no es para menos. El noroeste conserva en su carácter las costumbres milenarias de su gente, allí conviven en pacífico y llamativo sincretismo los cantos y la música de los sikuris, el culto a la pachamama, los festejos de carnaval y las ceremonias de Semana Santa; las tradiciones de impronta aborigen con las pautas que establecieron los españoles después del año 1500. Por todo eso, y por la belleza del entorno, la Quebrada de Humahuaca fue declarada por la Unesco Patrimonio Cultural y Natural de la Humanidad el 2 de julio de 2003.
La ruta que la atraviesa (la 9) sigue el recorrido del río Grande a lo largo de 155 km y une en su camino pueblos e iglesias de más de 200 años, alrededor, las casas de adobe se esparcen mimetizadas con el paisaje, a la sombra de cerros que conforman increíbles arcoíris geológicos.
Unos pocos kilómetros después de San Salvador se asoman los últimos verdores que ofrecen las yungas jujeñas en Yala, Reyes o el angosto de Jaire, un invernadero natural con enormes helechos que caen desde lo alto. Una vez en Volcán, 39 km después de la capital provincial, el cambio de paisaje es drástico: las montañas y los cardones se multiplican, el camino sigue una cadena defensiva de pucarás -fortalezas estratégicamente ubicadas para protegerse de otros pueblos vecinos- que se suceden uno tras otro en medio de la aridez.
Un enclave inesquivable al oeste de la ruta es Purmamarca, pueblo que resurgió del olvido hace pocos años orientado a un turismo exigente y poco masivo, al pie del Cerro de los Siete Coloresy en el que desde hace unos años, la hotelería boutique prendió fuerte en el pueblo. La pionera fue El Manantial del Silencio, con su restaurante gourmet de cocina de altura, pero hay otros muy buenos ejemplos como: La Comarca, la Posada del Amauta y Marques de Tojo.
En Purmamarca está también Los Colorados, una formación rocosa que hace honor a su nombre y que conforma el paseo típico del lugar. Desde Purmamarca, a través de la cuesta de Lipán que alcanza los 4.170 m de altura, la visita obligada es a las Salinas Grandes, un espejo de blanco impecable que Jujuy comparte con Salta en el altiplano.
Rumbo norte, de vuelta sobre la 9, asoma Maimará y su magnífica Paleta del Pintor; y luego Tilcara, el centro de servicios más completo de la Quebrada, que sin prisa pero sin pausa sofistica su bohemio perfil. Posadas para tener en cuenta son Viento Norte, Las Terrazas, Las Marías o Posada de Luz. Anclando en uno u otro lugar, se pueden emprender actividades de turismo ecológico, trekking, rappel, escalada sobre roca y travesías en jeep; o incluso hacer excursiones con llamas imitando las antiguas caravanas. A menos de 20 km está Huacalera, donde se puede visitar el sitio donde descarnaron al general Lavalle y donde también hay excelentes opciones de alojamiento como el Hotel Huacalera, Solar del trópico o la posada Campo Morado. Luego llegará la visita a la iglesia de Uquía para ver los cuadros cuzqueños de ángeles arcabuceros y Humahuaca, sitio base para descubrir algunos tesoros de los alrededores tales como los andenes de cultivo de la cultura omaguaca en Coctaca, las lagunas pluviales color esmeralda de Palca y Palca de Aparzo y los petroglifos de figuras humanas de Sapagua. Más allá, bordeando el límite con Bolivia y tomando un desvío por la ruta 5, espera el histórico pueblo de Yavi con su iglesia, una verdadera reliquia.
Como una yapa para recorrer la quebrada hay que ir a Iruya, un pueblito “colgado” de la montaña y aislado entre cerros, a menos de 60 km de la ruta 9, pero en territorio salteño. 
Foto: Flor Cosin.

5. CÓRDOBA

El aire purísimo de las sierras y una historia cimentada antes de que el país se definiera como tal, justifican la fama de esta provincia. Su quebrada geografía se hace evidente en el flanco occidental, en dirección centro-norte.
La ciudad capital es conocida como La Docta, y sobre esta condición da fe la primera universidad nacional (fundada en 1622) y considerada la segunda más antigua de Latinoamérica. Luego están las otras razones históricas que legaron, en principio, los jesuitas, hasta la expulsión de la Orden por la Real Pragmática de Carlos III, en 1767. En la Argentina quedan rastros de su presencia en Misiones y en Córdoba, donde el circuito jesuítico fue declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad.
En la capital, la Manzana Jesuítica tiene su esquina emblemática en el encuentro de las calles Trejo, Sanabria y Caseros, donde la Compañía de Jesús fundó su primera iglesia, la más antigua del país. En la parte posterior del templo, sobre Caseros, está la Capilla Doméstica, una joyita. Sobre Trejo, el Colegio de Monserrat es el sucesor del antiguo Colegio Real que data de 1613.
El talante expansionista de la Orden de Jesús se hace evidente también en Alta Gracia, hacia el sur de la ciudad capital, donde el conjunto incluye un tajamar junto al convento que, convertido en museo, se dedica a Santiago de Liniers. Hacia el norte, el Museo Jesuítico de Jesús María, la Estancia de Colonia Caroya y el templo de Santa Catalina son bastiones en perfecto estado de conservación. Más apartada está La Candelaria: queda en dirección a Characato, subiendo la Pampa de San Luis.
Ascochinga, un referente en materia de golf, guarda además un linaje histórico en la estancia La Paz, abierta al turismo.
Santa Catalina es sede de una imponente iglesia jesuítica y los rastros del establecimiento más importante que la Orden tuvo en Córdoba. Rumbo a Ongamira, último reducto de comechingones, sorprenden las sierras rojizas de areniscas y formas caprichosas, donde la estancia Dos Lunas suma otra excelente opción para alojarse.
Un camino serrano vincula, hacia el norte, Ongamira con Ischilín, pueblito mínimo que presume de una iglesia de 1706, un algarrobo cuatro veces centenario y el colorido de sus viviendas, rescatadas gracias a Carlos Fader, nieto del pintor Fernando Fader, cuya casa museo está en Loza Corral, paraje vecino.
Dentro del departamento de Cruz del Eje, San Marcos Sierra se esconde entre senderos y quebradas, lugar elegido no pocos desencantados de la vida urbana que allí se instalaron entre los 60 y 70. El Museo Hippie recoge esa memoria. Hacia el sur, Capilla del Monte recibe al viajero con su buena dosis de esoterismo y propuestas de aventura. Hay quienes aseguran que bajo sus cimientos se encuentra la ciudad de Erks, suerte de Atlántida subterránea habitada por seres de otro mundo. La acción se vive en el cerro Uritorco, donde se realiza rappel y parapente.
En La Cumbre, epicentro del valle de Punilla, se respira aún su atmósfera very british; aquí se instalaron los ingleses entre el 1900 y 1940, que llegaron con el ferrocarril. Cruz Chica tiene sus propios tesoros: El Paraíso, la casa museo del escritor Manuel Mujica Lainez, y el Castillo de Mandl, convertido en un hotel excepcional, con un mobiliario de época para dejar con la boca abierta a cualquier cultor del art déco. Otro castillo, pero que nada tiene que ver ni en arquitectura ni en decoración, es el de Valle Hermoso, camino a La Falda. 
El valle de Traslasierra es, es para muchos, el secreto mejor guardado de las sierras que protegen las Altas Cumbres. Es tierra de cocina orgánica, el aceite de oliva y bodegas. El camino atraviesa las Sierras de los Comechingones y el Parque Nacional Quebrada del Condorito, donde faltan servicios pero sobra naturaleza.
Las pequeñas localidades de Traslasierra se hilvanan hasta Villa Dolores, la ciudad más importante; sin embargo, son los pueblitos ignotos los que le dan a la región su carácter de lugar detenido en el tiempo. Los serranos todavía bajan en burro al pueblo y los paisanos apuestan a las riñas de gallos.
Nono tiene un río que por momentos reverbera en atractivos cajones. San Javier propone buenas alternativas para dormir y comer como La Matilde o la Hostería Las Jarillas Yacanto sobresale por su golf. La Población despunta entre artesanías y buena cocina (el restaurante Peperina es una opción atractiva a la vera de la ruta 14) y La Paz es conocida por sus olivas y hierbas serranas.

Revista Lugares/ La Nación